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Unos años después de la firma del Tratado de Tordesillas, en 1513, el explorador Vasco Núñez de Balboa cruzó el istmo de Panamá y descubrió el océano Pacífico, tomando posesión de manera solemne de todas las aguas de ese océano, y también de todas las tierras bañadas por él, reforzando así los derechos de la Corona de Castilla. Y aunque algunos historiadores afirman que en 1527 el navegante Álvaro de Saavedra Cerón, primo de Hernán Cortés, navegó cerca de las costas californianas, no sería hasta dos décadas después de la firma de dicho Tratado, ya en 1533, cuando los castellanos llegarían a la Baja California.

El primero de ellos fue el piloto Fortún Jímenez, quien salió a navegar desde el puerto novohispano de Cozcatlán (actual Manzanillo) siguiendo la costa hacia el noroeste, bajo el mando de Diego Becerra, otro primo de Cortés, en un navío propiedad de este, llamado la Concepción, y que, tras provocar un motín a bordo de la nave, consiguió llegar al actual puerto de La Paz, pensando que era una isla y no una península. Allí, debido al terrible desencuentro que tuvo con los indios de la región (posiblemente guaycuras o pericúes, que entonces se disputaban ese territorio), quienes respondieron a la violencia y robos ejercidos por los navegantes hispanos enfrentándose con ellos, Jímenez y otros hombres murieron, mientras que los pocos supervivientes de la expedición consiguieron navegar de regreso hasta las costas de Jalisco. Pero no fue Jiménez sino Hernán Cortés quien dio nombre a ese territorio, cuando auspició la tercera expedición para explorar las costas del Pacífico en 1535. Entonces los navegantes, bajo su mando, y el de su hombre de confianza el capitán Francisco de Ulloa, llegaron de nuevo a la actual bahía de La Paz, que ahora sí bautizaron como de la Santa Cruz. Allí, tras levantar un pequeño poblado al que llamaron Puerto del Marqués, permanecieron varios meses, durante los cuales tuvieron contactos relativamente pacíficos con los naturales (guaycuras), de los que llegaron a recoger algunas impresiones sobre su modo de vivir, reconociendo la zona e incluso llegando a trazar un primer mapa de California, una carta anónima muy sencilla que comprende la costa entre el cabo Corrientes y los ríos San Pedro y San Pablo y el extremo meridional de la península, en la que se identifican las islas de Perlas y Santiago, y en la que de la península de California solo se dibuja la punta inferior,  por lo que no queda definida ni como península ni como isla.[1]

Según algunos autores, este primerísimo mapa la convertiría por fin en tierra de frontera, para empezar a dejar de pertenecer al mundo de los mitos. Aunque más bien fue la hostilidad del territorio y la carencia de agua y comida lo que hizo que los expedicionarios, que en un primer momento creían haber alcanzado las tierras del mítico reino que aparecía en la famosa novela de caballería de la época Las Sergas de Esplandián, evidenciasen que en la tierra que habían alcanzado no había ninguna de las riquezas que ellos esperaban.[2] Y es que como es sabido, en dicha novela, escrita por Garci Rodríguez de Montalvo hacia fines del siglo XV, se habla de la mítica isla de California, poblada de amazonas, rica en oro y gobernada por la reina Calafia. Fue por ello que la península recibió el nombre de California, y por extensión también se denominaría del mismo modo a todos los territorios localizados al norte de ella. Pero los primeros españoles que alcanzaron la bahía de La Paz, más que disfrutar de ese mítico lugar del que hablaba Rodríguez de Montalvo y sus riquezas, se encontraron con una tierra que les causó una profunda decepción, y de la que prácticamente el único provecho que sacaron fueron las perlas que obtuvieron de los nativos de la zona (y que supondrían el posterior imán de diferentes viajes a las Californias).

Regresó, en 1536 Cortés a Acapulco, dejando a Ulloa como teniente gobernador en el poblado que habían fundado en la bahía de La Paz, donde permanecería durante casi dos años hasta abandonarlo definitivamente, al no poder hacer frente al hambre y las enfermedades que sufrían los colones. No obstante la dureza del territorio conocido hasta entonces, y el fracaso que había representado la última expedición de Cortés, este auspició un nuevo viaje, que de nuevo emprendería Ulloa en 1539, con el propósito de explorar el mar que rodeaba a la bahía de Santa Cruz. Zarparon las naves desde Acapulco y, tras navegar hacia el norte y sufrir el naufragio de una de ellas, los expedicionarios lograron penetrar en el Golfo de California para llegar hasta el delta del río Colorado, lugar al que nombraron Ancón de San Andrés, por haber llegado allí ese mismo día, y Mar Bermejo (o Mar de Cortés), por el color rojizo que le daban las aguas del dicho río. Continuó Ulloa reconociendo la costa hasta confirmar que se trataba de una península, levantando los primeros mapas de la zona Domingo del Castillo, piloto conocedor del trazo de cartas marinas, que le acompañaba, aunque en la cartografía elaborada con posterioridad en ocasiones se siguiese representando como una isla. Una vez alcanzado el punto más al norte de su navegación, y creyendo haber alcanzado los 34 grados, aunque realmente se encontraban a poco más de 31, navegó Ulloa las naos emprendieron el regreso al sur hasta entrar de nuevo en la bahía de La Paz y navegar hasta el extremo sur de la península, para después doblar el cabo San Lucas y poner rumbo al noroeste hasta la isla de la Magdalena, donde Ulloa resultó herido tras un enfrentamiento con los nativos. En abril de 1540 los expedicionarios se encontraron en la isla de Cedros, a la que los nativos parece ser que llamaban Huamalgá, que significa la nebulosa, donde permanecieron durante casi tres meses esperando una mejora del clima,; pero los vientos contrarios no permitieron navegar a las naos y solo pudieron llegar hasta un cabo cercano al que llamaron del Engaño (que bien podría ser la actual Punta Antonio o la Punta Baja), desde donde tuvieron que regresar hacia La Paz. Una vez allí zarparon de nuevo hacia la isla de Cedros, y Ulloa envió una de sus naos con correspondencia a Cortés para informarle de todo lo sucedido hasta entonces, mientras él intentaba continuar sus exploraciones hacia el norte con unos pocos marineros a bordo de una nao que finalmente se perdió en el mar. Nunca más se volvió a saber de él.

En cuanto a las relaciones con los nativos, se puede decir que realmente fueron Ulloa y sus hombres quienes mantuvieron por primera vez ciertos contactos con los naturales de la costa occidental de la Baja California, llegando incluso a observar las diferencias existentes entre las distintas gentes (probablemente todos ellos guaycuras y pericúes) que habitaban la costa en algunos de los lugares que visitaron, como la bahía de La Paz, la bahía Magdalena y, finalmente, la isla de Cedros, donde quedaron sorprendidos, tanto por la cantidad de árboles que había, por lo que llamaron así al lugar, como por las canoas que empleaban los nativos y por el diestro manejo de ellas. En la Baja California Sur habitaban desde hacía más de diez mil años los pericúes (también llamados edúes o coras) en la zona más al sur, los guaycuras (guaicuras o waicuras) en el área central, y los cochimíes en el extremo norte. Como muchos de los pueblos nativos de las costas occidentales de Norteamérica, todos ellos eran básicamente nómadas que vivían de la caza, la pesca y la recolección, explotando los recursos marinos y terrestres de su entorno, sin llegar a establecerse nunca en grandes asentamientos. Estos pueblos de la Baja California tampoco practicaban la agricultura ni la ganadería, y aunque se trataba de grupos bastante diferenciados entre sí parece ser que los dos primeros guardaban ciertas semejanzas en cuanto a su idioma, lo que no evitaba que mantuviesen continuos conflictos, mientras que los que habitaban los territorios más al norte pertenecían al grupo étnico lingüístico de la familia yumano-cuchimí. La mayor parte de la información etnográfica que tenemos de los dos primeros grupos, que fueron con los que tuvieron algún contacto los navegantes hispanos durante la primera mitad del siglo XVI, proviene de los exploradores que les visitaron en esa época y de los misioneros que intentaron evangelizarlos después, destacando todos ellos su austera manera de vida, debida fundamentalmente a las difíciles y hostiles condiciones de los territorios que habitaban.

Así, la costa oeste de los actuales Estados Unidos fue explorada por los hispanos ya durante los primeros años de la conquista del continente, pero fueron tantos los esfuerzos que tuvo que hacer la Monarquía hispánica para conquistar y colonizar el amplio territorio americano del centro y del sur del continente, así como las Filipinas y otros enclaves del Pacífico, y tan extendida la idea de que las costas California eran un territorio más arduo y desafortunado, comparado con las riquezas que existían en otras zonas del continente, que fueron muy pocas las expediciones que se enviaron hacia la costa norte, por lo que tampoco se planteó la Corona en aquel entonces ni siquiera crear establecimientos permanentes en esas tierras. Como escribíamos más arriba, no sería hasta finales del XVIII, al tener noticias de las intenciones de rusos y británicos de fundar asentamientos en los dichos territorios, cuando los Borbones, con el fin de expulsar a las otras potencias europeas, enviarían numerosas expediciones y favorecerían la implantación de los primeros asentamientos en la costa noroeste de los Estados Unidos.

No obstante, aunque los hispanos no se estableciesen de manera oficial en la zona norte de la costa oeste del continente americano hasta finales del XVIII, sí que iniciaron los viajes exploratorios que les llevarían hasta esos territorios en las postrimerías de la primera mitad del siglo XVI, ya que, como hemos visto, fueron diversos los viajes llevados a cabo entonces por las costas occidentales más allá de las fronteras septentrionales de la Nueva España. De este modo, la Monarquía hispánica, a través del virreinato de la Nueva España, apoyó y auspició las exploraciones y descubrimientos en la ruta de poniente, tanto para buscar el camino hacia el oriente, y las míticas islas Ricas de Oro y Plata, como para conocer con mayor exactitud sus territorios y poder protegerlos de sus enemigos europeos. Así, además de los viajes que hemos recogido hasta ahora, un año después de que Francisco de Ulloa alcanzase el extremo sur de la Alta California y descubriese el delta del río Colorado, Hernando de Alarcón, tras zarpar desde el puerto de Acapulco con instrucciones de llegar hasta el Mar de Cortés, navegaría por el dicho río, remontándolo en botes, hasta llegar a su confluencia con el río Gila. Sería durante su expedición cuando el notable piloto Domingo del Castillo, que había acompañado anteriormente a Ulloa por esos mares, trazaría la primera carta geográfica completa de California, en la que este territorio aparece ya como una península, y no como una isla.

Cuando Alarcón regresó a México, tanto su relación del viaje como los mapas levantados tras él despertaron de nuevo el interés del entonces virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, por la exploración del litoral exterior de California y por la búsqueda de un paso interoceánico, por lo que este decidió enviar una expedición a cargo del marino Juan Rodríguez Cabrillo, con la instrucción de costear California por la costa del Pacífico y navegar todo lo más que se pudiera hacia el norte. En la Relación del Descubrimiento que hizo Juan Rodríguez navegando por la contra-costa del Mar del Sur al Norte,[3] escrita por Juan Páez en 1542, se explica con detalle el viaje realizado.

Según dicha Relación, partió la expedición de Rodríguez Cabrillo desde el puerto de la Navidad, para descubrir la costa de la Nueva España, el día 26 de junio de 1542 con dos navíos, el galeón San Salvador y la nao Victoria, a los que acompañaba un pequeño bergantín nombrado San Miguel. El 5 de agosto arribaron las embarcaciones a la isla que ya había visitado Ulloa, la de Cedros, en 28 grados largos de altura, para adentrase después en aguas en las que ninguna nao de la monarquía hispánica había navegado aún. A mediados de agosto ya habían alcanzado la altura de 30 grados, el 19 de agosto estaban en la isla de San Bernardo (actual isla de San Jerónimo) y el día 20 en la Punta del Engaño (actual Punta Baja), ya en 31 grados. Un poco más al norte, en 31 grados y medio, el 22 de agosto, el capitán Rodríguez Cabrillo bajó a tierra y tomó posesión de ella en nombre del rey Carlos I y del virrey Antonio Mendoza, y le puso al puerto el nombre de Posesión (actual puerto de San Martín en la bahía de San Quintín). Allí trataron los expedicionarios de entablar relación con los naturales, indios pescadores “que huyeron quando vieron a los españoles, pero éstos tomaron a uno de ellos, al qual dándole ciertos rescates le soltaron”.[4] Estos nativos seguramente serían kiliwa, un grupo perteneciente a la familia étnico-lingüística de los yumanos del norte de la península de Baja California, área donde habitaban además los cucapá, pa ipai, kumiai y tipai, todos ellos descendientes de los primeros humanos que alcanzaron la dicha península hace al menos diez mil años, y que se trasladaban estacionalmente a lo largo de un extenso territorio buscando presas y especies de flora comestible, y también hacia las costas, donde pescaban o recolectaban moluscos. El encuentro con ellos estuvo marcado por la desconfianza y, aunque los exploradores permanecieron en el dicho puerto hasta el día 27 de agosto, no tuvieron ningún otro contacto con ellos y se dedicaron a preparar las velas y aprovisionarse de agua. Cuatro días después vieron humos y fueron hacia ellos en un batel, para encontrarse con otros treinta indios pescadores,

de los que llevaron al navío un muchacho y dos indias, a los quales dieron de vestir y rescates, y los dejaron ir, de los quales no pudieron entender nada por señas (…). [A los cinco días] (…) yendo a tomar agua hallaron ciertos indios que estuvieron quedos y les mostraron un xaguey de agua y una salina de sal, que había mucha, y dixeron por señas que no hacían su habitación allí sino dentro en la tierra, y que había mucha gente, este dicho día en la tarde vinieron cinco indios a la playa a los quales trajeron a los navíos, y parecieron indios de razón, y entrando en el navío señalaron y contaron los españoles que estaban ahí y señalaron que habían visto otros hombres como ellos que tenían barbas y traían perros y ballestas y espadas, venían los indios untados con un betún blanco por los muslos y cuerpo y brazos y traían a manera de cuchilladas puesto el betún, que parecían hombres en calzas y jubón acuchillados, y señalaron que a cinco jornadas de allí estaban los españoles, señalaron que había muchos indios y tenían mucho maíz y papagayos, venían cubiertos con cueros de venados adobados a manera de cómo adoban los mexicanos los cueros que traen en las cutaras, es gente crecida y dispuesta, traen sus arcos y flechas como los de la Nueva España, con sus pedernales las flechas, y dioles el capitán una carta para que llevasen a los españoles que decían que había dentro en la tierra.[5]

Se referían quizás los nativos a hombres de la expedición de Francisco Vázquez de Coronado o de la de Hernando Alarcón.

Partieron los navíos de Rodríguez Cabrillo del puerto de la Posesión el domingo 27 de agosto y siguiendo su rumbo hallaron una isla a dos leguas de tierra firme, a la que pusieron el nombre de San Agustín (actual isla de San Martín). Allí estuvieron hasta el 3 de septiembre, cuando reanudaron la navegación con buen tiempo; el día 7 de septiembre dieron fondo en una ensenada, y un día después, con vientos contrarios y corrientes escasas, llegaron a la punta del cabo de San Martín y al cabo de Santa María (llamado Ja’ Tay Juwaat U’ en kiliwa y después cabo Colnett o Punta Colonet por los ingleses, al norte de San Quintín), en 32 grados y medio, donde se encontraron con otros indios con los que no se pudieron entender.

Relación hecha por Juan Páez, sobre el descubrimiento que hizo Juan Rodríguez, navegando por la contra-costa del Mar del Sur al Norte. Para su viaje salió del puerto de la Navidad el 27 de junio de 1542. Documenta la primera vez que los expedicionarios hispanos navegaron hasta la altura de casi 44 grados, a la desembocadura del río que llamaron, y anotaron después en numerosos mapas, como el de Martín Aguilar (actualmente Coos Bay).[6]

Desde allí fueron hasta el cabo de la Cruz (actual Punta de Santo Tomás), en 33 grados, donde volvieron a ver a indios en canoas, para seguir navegando hasta la ensenada que nombraron de San Mateo (actualmente llamada de Todos los Santos), un puerto bueno y cerrado, donde tomaron agua en una lagunilla y vieron unas manadas de animales como ganado que andaban de ciento en ciento y que se parecían a las ovejas del Perú.[7] En 33 grados y medio bajaron a tierra y tomaron posesión de ella; permanecieron en ese puerto durante unos días y posteriormente continuaron navegando hasta los 34 grados. Un poco después, en 34 grados y un tercio, los exploradores hallaron un puerto al que llamaron San Miguel (actual San Diego), donde volvieron a encontrarse con indios, que les contaron por señas que tierra adentro había pasado gente como ellos. Esa misma noche bajaron algunos de los hombres de la expedición a tierra, a pescar con un chinchorro, y tres de ellos fueron heridos por flechas de los indios. Durante los dos días siguientes volvieron a tener los hombres de Cabrillo contacto con los nativos, y estos les contaron que tierra adentro había más gente como ellos, que con ballestas, espadas y a caballo habían matado a indios y que por eso les temían. Según lo que pudieron entender los expedicionarios aquí llamaban a los cristianos Guacamal, que en su lengua quería decir extranjero.[8] Seguramente estos nativos eran indios kumiai o kumeyaay, pertenecientes también al grupo de los yumanos.

Tras sufrir en el puerto de San Miguel el primer temporal, las naos de Cabrillo zarparon el 3 de octubre para volver a navegar hacia el norte. Pasaron por las islas que los marineros bautizaron en honor a sus embarcaciones como San Salvador (actual isla de Santa Catalina) y la Victoria (actual isla de San Clemente), donde de nuevo tuvieron un breve contacto con los nativos, seguramente algún grupo tongva que vivía en las islas del Canal del Sur, una de las tribus del grupo tákico que habitaban esos territorios desde hacía al menos diez mil años, perteneciente a la familia lingüística uto-azteca, también llamados kizh, y que después serían llamados gabrielinos. En 35 grados llegaron los hombres bajo el mando de Cabrillo a la que llamaron bahía de los Fumos o de los Fuegos (también llamada bahía de San Pedro, la actual bahía de Los Ángeles), y poco después a un pueblo de indios junto al mar con casas grandes “a la manera de las de la Nueva España”, al que llamaron de las Canoas, por las muchas que allí había de los indios, con los que consiguieron comunicarse mediante señas, y estos les indicaron que tierra adentro había cristianos como ellos, a los que los nativos llamaban Taquimines.

Era el pueblo de las Canoas una gran aldea de indios chumash, del grupo que fue nombrado después ventureño, que llamaban al lugar Humaliwu (cuya traducción sería el lugar donde las olas suenan fuerte). Los ahora conocidos como chumash, palabra que deriva de Michumash, que significa fabricantes de dinero de cuentas de concha, se habían establecido en la zona hacía unos diez mil años, y eran entonces una población numerosa e importante, cuyas raíces más profundas se encuentran en el Canal de Santa Bárbara, y que contaba con pueblos tanto en las llamadas islas anglonormandas (Santa Cruz, Santa Rosa y San Miguel, e incluso en la pequeña isla de Anacapa, donde seguramente vivieron de manera estacional debido a su carencia de agua) y en la costa, como tierra adentro, habitando así las regiones litorales centrales y del sur de California, desde la bahía del Morro en el norte hasta Malibú en el sur. Aunque seguramente la mayor densidad de su población se encontraba en la zona costera, desde el cañón de Malibú al sur hasta Punta Concepción. El nombre de chumash les fue dado por los etnógrafos de finales del siglo XIX y proviene de la palabra empleada por los originarios del área de Santa Bárbara para identificar a los habitantes de las islas del Canal. No existía una tribu chumash sino más bien un conjunto de pueblos independientes y pueblos confederados, con aldeas en las que habitaban desde 60 hasta mil personas. La organización social de los chumash estaba estratificada y las diferentes posiciones se vinculaban al nacimiento; de este modo el cargo de jefe (wot) era hereditario. Contaban con gremios de artesanos muy especializados que elaboraban diferentes utensilios como canastas, cordeles de fibra vegetal, puntas de proyectiles, dinero de cuentas de concha y, especialmente, un tipo de canoa conocida como tomol (también utilizada por los Tongva del área de Los Ángeles, que las llamaban tii´at). Estas canoas, de tablones de madera de secuoya, amarradas o cosidas con cuerdas hechas con fibras naturales, selladas normalmente con alquitrán y resina de pino y pintadas y decoradas con mosaicos de concha, eran con las que navegaban y con las que consiguieron establecer una amplia red comercial. Algunos arqueólogos incluso han llegado a relacionar los tomoles de los chumash con el contacto y el posible intercambio de conocimientos con navegantes polinesios. Sin lugar a dudas los tomoles fueron tanto la máxima expresión de su cultura marítima como un importante símbolo de la identidad de los nativos chumash; de hecho, ellos se llamaban a sí mismos gentes del tomol y a sus canoas casas del mar, e incluso hoy en día los descendientes indígenas chumash han construido tomoles que se pueden ver en diferentes museos de Santa Bárbara. Los tomoles también llamaron enormemente la atención de los hombres de Rodríguez Cabrillo, y por ello al pueblo en el que los vieron por primera vez lo llamaron el pueblo de las Canoas (actual Malibú).

Llegaron pues los hombres de Cabrillo a tierras chumash y, tras tomar posesión del lugar, permanecieron ahí hasta el viernes 13 de octubre, cuando siguieron navegando hacia la isla que llamaron de San Lucas (ya en el archipiélago del Norte o islas del Canal de California), viendo durante todo el recorrido indios en canoas y pueblos costeros, así como plantaciones de maíz y vacas, y recibiendo noticias de la existencia de cristianos como ellos en esas tierras. El 18 de octubre llegaron al que llamaron cabo Galera (en la actualidad Punta Concepción), en 36 grados largos. Desde el pueblo de las Canoas hasta el cabo de Galera encontraron unas 30 leguas de costa muy poblada; según los expedicionarios a toda esa zona la llamaban los indios xexo (desde sotavento de Punta Concepción hasta dos Pueblos, en el actual condado de Santa Bárbara), y en ella existían muchas lenguas diversas y muchas guerras de unos con otros. Tras partir de allí dirigieron las naos hacia un buen puerto, desde donde anduvieron con vientos contrarios, barloventeando, sin poder pasar de los 36 grados y medio. Diez leguas al norte del cabo de Galera continuaron los vientos contrarios y los navíos tuvieron que regresar a buscar resguardo al dicho cabo, donde algunos hombres bajaron a tierra a hacer aguada, y entonces llamaron a este abrigo el de Todos los Santos. Desde allí fueron a un pueblo, al que nombraron de las Sardinas por la abundancia de dichos peces (actual Santa Bárbara), y allí estuvieron tomando agua y leña durante varios días con ayuda de los nativos, e incluso una india, señora de esos pueblos, llamados Xocu (que habitaban desde Las Canoas hasta el pueblo de las Sardinas, en el actual condado de Santa Bárbara), fue a las naves y durmió dos noches en la capitana. El lunes 6 noviembre partieron del pueblo de las Sardinas, de nuevo rumbo a la Galera, donde llegaron el día 11, y todo ese día anduvieron veinte leguas por una costa sin abrigo ninguno y distinguiendo una cordillera de sierra en toda ella, muy alta. No advirtieron poblaciones ni humos, y a las sierras que vieron en 37 grados y medio las llamaron Sierras de San Martín (actual Sierra de Santa Lucía). Fue entonces cuando durante dos días sufrieron un temporal que, además de causarles daños, les hizo perder de vista a la nave compañera. El lunes 13 de noviembre abonanzó el viento y, aunque fueron en busca de la nao desaparecida a la vuelta de la tierra, pensaron que esta estaría perdida y navegaron hacia el norte, siempre cerca de la costa, por si encontraban un buen puerto donde reparar el navío. Pero la mar era fuerte, la costa brava y las sierras muy altas, y no pudieron reconocer una punta que hiciese cabo hasta los 40 grados. Allí, el miércoles día 15, volvieron a ver a su compañera extraviada y dieron gracias a Dios por volver a encontrarse. El jueves amanecieron sobre una ensenada grande y anduvieron barloventeando todo ese día y el día siguiente, pero como no hallaron abrigo ninguno, y no osaron bajar a tierra para tomar posesión de ella por la mucha mar que hacía, echaron el ancla, y a esa ensenada, situada en 39 grados largos, como estaba llena de pinos, la llamaron bahía de los Pinos (actual bahía de Monterrey). El sábado corrieron la costa y se encontraron sobre el cabo San Martín, y a las montañas que se veían desde el dicho cabo, llenas de nieve en sus cumbres, las llamaron las Sierras Nevadas (la zona más al norte de la Sierra de Santa Lucía), y al cabo que está al principio de ellas, en 38 grados y 2 tercios, cabo de Nieve. Desde el cabo de San Martín, que está en 37 grados y medio, hasta los 40 grados no vieron señales de indios. Regresaron a las islas de San Lucas, y fondearon en la que ellos habían llamado Posesión, y que los nativos chumash llamaban Ciquimuymu (actual isla de San Miguel).

Estando invernando en esta isla, el día 3 de enero de 1543 murió Cabrillo, como consecuencia de una herida producida tras una caída que había tenido en la anterior visita a la dicha isla, y por la que se había quebrado un brazo (aunque algunos autores afirman que la herida fue el resultado de una escaramuza con los nativos isleños).[9] Fue entonces cuando cambiaron el nombre de la isla por el de Juan Rodríguez. Antes de morir, Cabrillo había transferido el mando de la expedición a su piloto, Bartolomé Ferrelo, a quien ordenó seguir navegando cuando el tiempo lo permitiera, insistiéndole en que no dejase de descubrir todo lo que fuese posible por esa costa. A finales del mes de enero partieron de nuevo los expedicionarios, ahora bajo el mando de Ferrelo, hacia la isla de San Lucas para recoger algunas anclas que habían dejado allí, y una vez pasados los temporales, ya a mitad de febrero, continuaron su singladura hacia el norte, dirigiéndose de nuevo hacia el puerto de Sardinas y, aunque sufrieron malos tiempos, el 22 de enero ya navegaban en busca del cabo de Pinos (actual Punta Reyes), teniéndolo a la vista en cuatro días. Prosiguieron su travesía sin ver señales de poblaciones a lo largo de la costa y el miércoles 28 de enero, cuando tomaron la altura, pudieron observar que se encontraban en 43 grados (seguramente en algún lugar cercano a la altura del actual Port Orford, en Oregón). Fue entonces cuando:

hacia la noche refrescó el viento y saltó al su sudoeste, corrieron esa noche al oeste noroeste con mucho trabajo y el jueves en amaneciendo saltó el viento al sudoeste con mucha furia y los mares venían de muchas partes que les fatigaba mucho y pasaban por encima de los navíos, que al no tener puentes si dios no les socorriera no pudieran escapar, y no pudiendo tenerse al reparo de necesidad corrieron en popa al nordeste a la vuelta de tierra y teniéndose allí por perdidos se encomendaron a Nuestra Señora de Guadalupe e hicieron mandas y corrieron así hasta las tres horas después de mediodía con mucho miedo y trabajo porque veían que iban a perderse y veían ya muchas señales de tierra que estaban cerca, así de pájaros como de palos muy frescos que salían de los ríos, aunque con la gran cerrazón no aparecía la tierra, y a esta hora les socorrió la madre de dios con la gracia de su hijo y vino un aguacero de la parte del norte muy recio que les hizo correr toda la noche y el otro día siguiente hasta el sol puesto al sur con los trinquetes bajitos, y porque había mucha mar del sur les embestía cada vez por la proa y pasaba por ellos como por una peña, y saltó el viento al noroeste y al nor noroeste con mucha furia que les hizo correr hasta el sábado a 3 de marzo al sueste y al es sueste con tanta mar que los traía desatinados, que si dios y su gloriosa madre milagrosamente no los salvaran no pudieran escapar. El sábado a mediodía abonanzó el tiempo y quedó al noroeste, de lo que dieron muchas gracias a nuestro señor, y de la comida también pasaban fatiga, por no tener sino solo bizcocho y dañado. Les parece que queda un río muy grande del que tuvieron mucha noticia entre 41 grados y 43 porque vieron muchas señales de ello. Este día a la tarde reconocieron el cabo de Pinos, y por la mucha mar que había no pudieron hacer menos de correr la costa de vuelta en busca de puerto. Pasaban mucho frío.[10]

Al amanecer del lunes 5 de marzo ya estaban los expedicionarios de vuelta en la isla de Juan Rodríguez, pero les fue imposible entrar en ella debido al mal tiempo, que también provocó la desaparición del otro navío, y del que creían que estaría en 44 grados cuando les cogió la tormenta. Tres días después partieron para ir hacia tierra firme, en busca de la nao compañera, y llegaron al pueblo de las Canoas, donde tomaron a cuatro indios. También fueron a la isla de San Salvador, pero allí no se encontraron con la otra embarcación, así que continuaron navegando hasta el puerto de San Miguel, donde tampoco la hallaron ni les dieron noticias de ella. En el dicho puerto esperaron durante seis días y tomaron a dos muchachos, “para lenguas para llevar a la Nueva España”, y antes de marcharse dejaron ciertas señas por si llegaba el otro navío. El sábado 17 de marzo partieron de San Miguel y el domingo llegaron a la bahía de San Mateo, donde permanecieron un día hasta poner rumbo a la isla de la Posesión, y en sus inmediaciones esperaron dos días sin llegar a entrar en el puerto. El sábado siguiente a medianoche llegaron a la isla de Cedros, y estando en ella fue el lunes, día 26, cuando llegó la nave compañera a la dicha isla. El día 2 de abril partieron los dos navíos de regreso desde la isla de Cedros hasta la Nueva España, ya que no tenían bastimentos para volver a descubrir la costa. Finalmente, el sábado 14 de abril llegaron las dos embarcaciones al puerto de la Navidad.

Así, fue en la segunda etapa del viaje, tras de la muerte de Cabrillo, cuando la expedición consiguió llegar a más altura en su navegación, ya que en 43 grados el navío de Martín Aguilar, a causa de los vientos, subió un poco más hacia el norte, navegando hasta donde les pareció que quedaba un río muy grande. Se encontraron pues los hombres de Bartolomé Ferrelo en el límite norte de lo que hoy es el Estado de California, e incluso pudieron llegar a divisar y alcanzar algún lugar de las costas del actual Estado de Oregón, quizás la bahía de Coos, ya que, según los expedicionarios, debieron subir hasta los 44 grados, pero una vez allí, a falta de refugio costero seguro, con las naves expuestas a los fuertes vientos y a las tormentas, estas tuvieron que ser gobernadas rumbo al sur, hasta la isla de Juan Rodríguez, para regresar después a la Nueva España.

Aunque en la Relación del Descubrimiento que hizo Juan Rodríguez navegando por la contra-costa del Mar del Sur al Norte,[11] escrita por Juan Páez se explica con detalle el viaje realizado por Cabrillo y Ferrelo, la información geográfica que en ella se aportó no se llegó a recoger en la cartografía de la época, o al menos parece que no se ha conservado mapa alguno que la contenga, lo que contribuyó a que no se llegase a valorar como el importantísimo logro que supuso. Como bien señaló el marino y geógrafo José Espinosa y Tello en su Relación del viaje hecho por las goletas Sutil y Mexicana en el año de 1792 para reconocer el Estrecho de Fuca; con una introducción en que se da noticia de las expediciones ejecutadas anteriormente por los españoles en busca del paso del noroeste de la América,[12] publicada en 1802, al hablar de la expedición de Cabrillo se hace necesario insistir en que su osadía e intrepidez es digna de admiración, teniendo en cuenta el estado de la náutica en aquella época, la clase de navíos en los que llevó a cabo la expedición y los tiempos que le acompañaron durante el viaje. Pero, tal y como también apuntó Espinosa y Tello, si en la historia se ha menoscabado el mérito de Cabrillo es sobre todo porque algunos escritores extranjeros como John Knox, en su New Collection of Voyages & Travel, publicado en 1767, al hablar de su paisano Drake dice que:

en 1579 dio éste el nombre de Nueva Albión a la costa comprendida entre los 38 y los 48 grados de latitud, porque creyó que ningún otro navegante la había visto, y tratando más adelante del puerto de San Francisco y sus inmediaciones añadió que en este país los españoles jamás habían puesto los pies ni descubierto la tierra en muchos grados al sur de él.[13]

También nos recuerda Espinosa y Tello que otro autor extranjero, Claret Fleurieu, en su obra Voyage autor du monde pendant les annés 1790, 1791 et 1792 par Etienne Marchand, publicada en 1799, intentando siempre menoscabar el mérito de los españoles, aunque en un pasaje dice que Cabrillo no fue más adelante de los 44 grados de latitud, en otro asegura que toda la expedición se limitó a avistar un cabo por los 41 grados y medio de latitud, y a nombrarle cabo Mendocino en honor del virrey.[14] No obstante, Espinosa y Tello insiste en que Cabrillo llegó al menos hasta los 43 grados, y recoge en su obra que los navíos de la flotilla de Cabrillo:

volvieron, el 22 de febrero, en busca del cabo de Pinos, avistáronle el 25, y con los vientos fuertes del SSO corrieron al ONO: de modo que el 28 estaban en altura de 43, experimentando vientos tan duros, y mares encontradas que pasaban por encima de los navíos, que no pudiéndose tener al abrigo, corrieron en popa al NE la vuelta de tierra con riesgo y temor de perderse, pues las señales eran de estar la costa próxima, y no podían verla por la mucha cerrazón. Viéronla al fin el 1º de marzo y observaron la latitud en 44º, experimentando un frío intensísimo. Sobrevinieron vientos del N y NO con aguaceros que les obligaron a correr hasta el 3 de marzo al SE y ES, añadiéndose a la fatiga de los temporales la falta de alimento por no tener otra cosa que bizcocho, y ése averiado. Aquel día abonanzó el tiempo: parecióles que entre 41º y 43º desemboca un río muy grande, de que habían tenido largas noticias, reconocieron el cabo Pinos; y siguiendo la costa amanecieron el día 5 sobre la isla de Juan Rodríguez, cuyo puerto no osaron tomar por la mucha reventazón que a su entrada había, y así corrieron en busca del abrigo de la isla de San Salvador, donde de noche y con el temporal se desapareció el otro navío. Creyéronle perdido, y salieron en su busca el día 8, yendo al pueblo de las Canoas, y sucesivamente a la isla de San Salvador y al puerto de San Miguel, en el qual esperaron seis días, tomando dos muchachos para intérpretes, y dexando señas por si llegase el separado. El 18 entraron en la bahía de San Mateo; el 21 en el Puerto de la Posesión, fuera del qual esperaron dos días; el 24 llegaron a la isla de Cedros, y allí se unió el otro navío, el qual pasó a la isla de Juan Rodríguez por unos baxos, donde creyó perderse. Salieron de esta isla el 2 de abril, y por no tener bastimentos para continuar descubriendo la costa siguieron a la Nueva España, entrando en el puerto de la Navidad el sábado 14 del mismo mes.[15]

Las diferentes relaciones del viaje de Cabrillo y Ferrelo evidencian que dicha expedición habría descubierto la costa situada entre los 38 y los 43 grados treinta y seis años antes de que lo hiciera Francis Drake, y que éste último, al creer que los hispanos no habían llegado tan alto en sus viajes, estaba equivocado. Y es que en 1579 Drake había viajado desde las costas novohispanas de Oaxaca hacia el norte, y tras navegar por las costas de la Alta California hasta el cabo Mendocino tomó posesión del territorio al que llamó New Albion para la Corona británica, ignorando así las anteriores expediciones y los descubrimientos que ya se habían hecho.

En todo caso, al célebre pirata sí se le puede adjudicar el mérito de haber reconocido la costa americana del Pacífico entre los 44 y los 48 grados, pero no la zona inmediatamente anterior, ya que esta habría sido descubierta por expedicionarios hispanos. Así, tal y como concluye Espinosa y Tello al hablar de la expedición de Cabrillo y Ferrelo,

desde 1543 en que Cabrillo hizo su viaje hasta 1578 en que lo hizo Drake no hubo algún otro navegante que descubriese hasta los 48 grados, y la verdadera gloria que puede atribuirse al navegante inglés es el haber descubierto el pedazo de costa comprehendido entre los 43 y los 48 grados, al qual debió por consiguiente limitar su denominación de Nueva Albión, sin mezclar en ella los descubrimientos de otros navegantes anteriores.[16]


  1. MECD, AGI, MP-México 6.
  2. Rodríguez de Montalvo, Garci. Las Sergas de Esplandián, Imprenta de Juan de Juta Florentín, Burgos, 1526.
  3. MECD, AGI, Patronato 20, N.5, R.13.
  4. Ibídem.
  5. Ibídem.
  6. Ibidem.
  7. Berrendos, como llamó a estos animales fray Junípero de la Serra en Diario de fray Junípero Serra en su viaje de Loreto a San Diego, edit. Universidad de Texas, 2002.
  8. Howe Bancroft, Hubert. History of California, 1542-1800, edit. W. Hebberd, 1963.
  9. Anuario de Investigaciones, volumen 2, Centro de Investigaciones en Ciencias y Humanidades, Dr. José Matías Delgado, 2002.
  10. MECD, AGI Patronato 20, N.5, R.13.
  11. Ibídem.
  12. De Espinosa y Tello, Josef; Fernández de Navarrete, Martín; Alcalá-Galiano, Dionisio y Valdés Flores Bazán y Peón, Cayetano. Relación del viaje hecho por las goletas Sutil y Mexicana en el año de 1792 para reconocer el Estrecho de Fuca, con una introducción en que se dan noticias de las expediciones ejecutadas anteriormente por los españoles en busca del paso del Noroeste de la América, Imprenta Real, Madrid, 1802.
  13. Knox, John. New Collection of Voyages, Discoveries and Travels, vol. III, edit. J. Knox, Londres, 1767.
  14. Fleurieu, C.P. Claret. Voyage autour du monde, pendant les annés 1790, 1791 et 1792 par Etienne Marchand, De l´imprimeire de la République, París, 1799.
  15. De Espinosa y Tello, Ob. cit.
  16. Ibídem.

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